Opinión


04/08/20

Tomás Amparán

  1. Jaque mate

    A los Papas como a los Reyes se los valora con el paso del tiempo, sus reinados son largos y ocurren muchas cosas que solo las podemos analizar con el paso de los años y solo las podemos valorar con la perspectiva del tiempo. Es curiosa la actualidad y caprichosa al mismo tiempo, este artículo lo escribí unos días y hoy toca hacer una pequeña revisión. La salida del Rey emérito de España nos ha pillado con el pie cambiado. Pero la esencia de lo que hace unos días escribí se mantiene intacta. No hace muchos años que el Rey Juan Carlos I abdicó a favor de Felipe VI, muchos motivos había para ese gesto, alguno de ellos conocidos y muchos más desconocidos. La mentira tiene las patas muy cortas y tarde o temprano toda la mierda que guardamos debajo de la alfombra acaba saliendo. Que Juan Carlos era un mujeriego lo sabía toda España, que el Rey tenía dinero en paraísos fiscales lo sabían muchos políticos. Es curioso estudiar la impunidad con la que el Monarca se ha movido durante su reinado. Su figura imponente proyectaba una sombra muy alargada y no solo dentro de todas las Instituciones del Estado, también sobre su hijo.

    Visto con esa perspectiva es muy interesante comprobar como todo y todos en esta sociedad estaban al servicio del Rey, algo, que por otra parte, le otorga cierto mérito. Un infante viviendo en el exilio en un país cercano y amigo, pero lejano al mismo tiempo, que se encuentra de un día para otro siendo príncipe y al día siguiente siendo Rey de una país que solo conoce de oídas, no deja de otorgarle cierta valía. Evidentemente no fue todo mérito de él, sino de todos aquellos que después de la Dictadura dejaron bien atada la sucesión del Dictador. Seguramente bajo ese paraguas inmenso, y pasados los momentos duros, el nuevo Rey vio una oportunidad perfecta para hacer lo que le salía del moño. Nadie niega su trabajo y su dedicación en ciertos apartados de la historia, es de necios no otorgar valor al trabajo y dedicación de esos primeros y convulsos años de la Transición. Siempre pasa, es un mal endémico, si algo valoro por encima de todo en la democracia norteamericana es que los mandatos están legalmente restringidos a dos legislaturas, y el motivo es muy fácil de entender… el poder desgasta y corrompe, siempre! Que alguien sea jefe del Estado 40 años en la casi totalidad de los casos va a conllevar luces y sombras pero normalmente son las luces las que se producen al principio y las sombras siempre al final.

    El Monarca como persona libre, como hombre poderoso, como rico que es, caerá siempre en la tentación del dinero y la corrupción, tarde o temprano. Y Juan Carlos no iba a ser la excepción. Hay muchos más, pongan el nombre que quieran, lo que ocurre es que esos que todos sabemos nunca saldrán seguramente a la luz, o porque ya no interesa o porque hicieron lo justo para que no les pillaran. La corrupción está absolutamente generalizada y enraizada en lo más profundo de en este país de picaresca y engaño. Igual me quieren vender la moto de que no todos son así. Mi forma de verlo es distinta, todos son corruptos hasta que no demuestren lo contrario. Lo reconozco, no soy un romántico, lo siento. Y claro, como dice el dicho: “al final la gallina cantó” y vaya si cantó… Todo esto que está pasando no hay por donde cogerlo, es un sin sentido. Que el máximo exponente de las Instituciones patrias, aquel que fue designado a dedo por un Dictador sin haber pasado por el filtro directo de un referéndum, haya hecho sólo la mitad de lo que están publicando los medios, nos tiene que servir para reflexionar.

    Yo, como muchos otros somos monárquicos por obligación, porque la otra opción la tiene secuestrada una parte de la izquierda. Pero nadie en su sano juicio puede defender una institución tan anacrónica, y si lo hacemos es bajo ese halo de pulcritud y de buen hacer. Cuando ese status se rompe, todo cae como un castillo de naipes. Que el Jefe de Estado no se elija en una elección democrática implica muchas cosas, entre otras que debe actuar bajo los más estrictos protocolos de pureza, integridad y fiscalidad. Ese es el coste, y si ese coste no se quiere pagar, entonces habrá que cambiar la forma de proceder. La inviolabilidad de ciertas personas implica que el artículo de la Constitución que hace referencia a que todos los españoles somos iguales ante la ley salte por los aires. El primer español, como se autoproclama el Rey de España, debe ser el primero que se ponga en manos de la justicia cuando hay hechos probados de delito. Es así y no puede ser de ninguna otra manera. El Rey Juan Carlos actuó como lo hizo porque se sabía intocable, porque sabía que ninguna persona y ninguna institución podían tocarle un pelo. Y de todo aquello viene todo esto.

    Entiendo que legalmente sentar al Rey emérito en un banquillo es casi imposible, acepto ese juego, porque acepto las reglas actuales del juego democrático, Pero no olviden una cosa, en una democracia ni las personas, ni las leyes, ni la Constitución pueden ser intocables, todo se puede cambiar y reformar. Es más, se debe hacer cuando algo no funciona. En este juego que nos ha tocado vivir es comprensible que Juan Carlos en vez de estar sometido a la ley y a los Tribunales, haya preferido irse del país a vivir la vida.

    A partir de ahora es donde cambia ese artículo que escribí hace unos días, en él venía a decir  que Felipe VI tenía en su mano el dar la vuelta a la tortilla y hacer de esta complicada situación una ventaja para su reinado. Hoy solo puede decir que se ha puesto la primera piedra para el fin de la monarquía en España. El Rey tiene que serlo, ni siquiera parecerlo. Y es que Felipe debería haber tomado cartas en el asunto. En la medida de sus posibilidades debería exigir a su padre que se ponga en manos de la Hacienda Pública para que ésta investigue todo su patrimonio. Debería exigir a su padre que devuelva todo lo “robado” de las arcas públicas para regalos a sus concubinas y cortesanas. Y debería haberle retirado el título de Rey emérito sacándolo inmediatamente de la familia real. En vez de dar un golpe en la mesa, y decir a todos en voz alta, “esta Monarquía es seria, moderna y necesito que confiéis en ella”, ha hecho todo lo contrario. Ha permitido que su padre se largue del país para darse al buen vivir, ha permitido que todos pongamos en duda la Institución y ha logrado parecer un pobre hombre sin ningún tipo de personalidad.

    En definitiva, ellos solos se han ganado todo esto que está sucediendo. No nos debe dar pena, nos debe hacer reflexionar. Estaba convencido que teníamos un gran Rey, Felipe VI no tiene nada que ver con el crápula de su padre, pero en ese juego de ajedrez que le ha tocado vivir ha demostrado ser sólo un pobre peón de blancas. Ha perdido la perspectiva y con ella la partida, podía haber sacrificado una pieza para ganar el juego, y en cambio ha preferido quedarse escondido en mitad del tablero, sin darse cuenta que no tenía a nadie alrededor para defenderlo. Y mientras a él le dan jaque mate, su querido padre estará en alguna villa maravillosa de un país amigo lamentándose de la situación, disfrutando de la buena vida con una copa de vino caro en una mano y la Corinna de turno en la otra. A eso hemos llegado.