Opinión


13/02/24

Enrique Álvarez

  1. Tienen ojos y no ven

    Es seguro que a la inmensa mayoría de cuantos tienen en España dos dedos de frente, les asombra, y hasta les tortura, este pensamiento, o, por decirlo sin hipérbole, se hacen un día y otro esta pregunta: ¿cómo es posible que España siga gobernada por una manga de socialistas desnortados cuando la mitad del país es de derechas y, sobre todo, cuando una gran parte de la otra mitad, socialistas, progresistas e ilustrados varios, ha renegado de ese gobierno y de ese partido de la forma más inequívoca?

    ¿En virtud de qué fatalidad un tipo singular, largo de ambiciones y corto de escrúpulos, ha podido adueñarse por completo de un partido centenario y, con la complicidad de las tribus periféricas, se ha hecho con las llaves del Estado y se dispone a pervertirlo y descoyuntarlo sólo y exclusivamente en su provecho personal, sin que el hostigamiento de la opinión pública tenga viso alguno de poder impedírselo? ¿Qué hizo mal España, qué hicimos mal los españoles para que nos pasara esto?

    Ya sé que muchos me objetarán que no toda la opinión pública desaprueba a Sánchez, que aún hay una mayoría de ciudadanos que practican la virtud de la fidelidad canina a su bandera política. Y es verdad que, si sales a la calle, ves a mucha gente respetable que sigue leyendo El País, escuchando la Ser y viendo la Sexta, mucha gente normal que teme al fascismo, como hay gente que tema al infierno o al sacamantecas. Pero no: cuando tipos como Felipe González, Alfonso Guerra, Fernando Savater o Nicolás Redondo se han revuelto contra la deriva socialista, es porque el clamor ciudadano contra el que llaman Felón domina con creces el escenario patrio. 

    Puede ser que ochenta de cada cien españoles rechacen este gobierno, y sin embargo… va a ser que este gobierno resiste. Resistirá. Estoy seguro de que cada mañana, mientras se rasura, don Pedro Sánchez tararea ufano ante el espejo el celebérrimo “tema” del Dúo Dinámico que nos amenizó durante la pandemia.

    Lo siento por quienes necesitan un rayo de esperanza para hacer frente a nuestra dura realidad política, lo siento por quienes no quisieran morirse sin conocer a un presidente más digno, más humilde, menos mendaz, más respetuoso con el juego democrático; pero es una evidencia que no hay modo de echarlo, al menos hasta julio de 2027, porque ya no hay modo de que en Cataluña, Navarra y Vascongadas se convenza a la gente de cuarenta años para abajo de que España no es el enemigo, y sobre todo, porque no hay modo humano de que ni uno solo de los políticos socialistas en activo tenga valor para alzarse públicamente contra la indecencia de sus líderes. 

    Y la pregunta es, insisto, qué hemos hecho mal, o qué nos ha pasado para vernos así, en qué trampa hemos caído tan fatídica, que no puede haber nada ni nadie que nos saque de ella.

    Sólo caben dos respuestas, muy distintas. Una es el azar. España tuvo mala suerte. Mala suerte con los atentados del 11-M, que trajeron a Zapatero, que trajo el giro socialista hacia el abrazo con la extrema izquierda y el separatismo. Mala suerte después con Rajoy, un tipo gallináceo que trajo el complejo de inferioridad a la derecha. Mala suerte con Bárcenas y la corrupción, que trajeron la moción de censura. Y mala suerte, la peor de todas, con un socialista singular llamado Pedro Sánchez, un tipo endemoniadamente listo, duro y amoral, que ha querido perpetuarse en el poder por encima de todo. Si no hubieran estallado aquellas bombas, si Aznar hubiera designado sucesor a Mayor Oreja en vez de a Rajoy, y si Susana Díez hubiera derrotado a Pedro Sánchez en el 39º Congreso del Partido Socialista, nuestro destino hubiera sido otro. Cabe, pues, pensar que España ha sufrido una especie de accidente, o una cadena de accidentes.  

    Pero cabe también otra explicación. No el azar sino la necesidad. España, la España que surgió de la Constitución de 1978, estaba condenada a terminar inexorablemente así. Cuando la nación se fundamenta tan sólo en la autodeterminación del pueblo, cuando se dejan de lado los principios tradicionales de la nación española, cuando todo pivota sobre lo que una mayoría numérica de individuos pueda imponer al resto en un determinado momento, cuando no se tienen en cuenta los valores inmutables que están por encima de la suma ocasional de votos y opiniones, el destino de un país como España es caer en manos de una minoría de pillos u oportunistas que hoy tienen muy fácil manejar los resortes de la propaganda para hacerse inamovibles y, con la ayuda inestimable de los enemigos de la unidad, formar mayorías absolutas, aunque sea por los pelos, que nada ni nadie, salvo una catástrofe económica, logrará revertir. 

    Es evidente que los muchos demócratas progresistas que reniegan hoy de Sánchez se abonan a la tesis de la mala suerte. Y a mí me recuerdan a esos necios insensibles de que habla tantas veces la Biblia, a los que Dios ha dado ojos y oídos, pero se los ha cerrado luego, para que viendo no vean y oyendo no oigan.