Opinión


10/11/22

Tomás Amparán

  1. Sobre todo, Circo

    Yo era aficionado al fútbol, creo que lo sigo siendo, pero lo veo sin ningún tipo de pasión. No me quita ni un minuto de sueño, ni me hace perder medio segundo de mi vida. Lo veo con total desapego, esa es la verdad. Quizás soy uno de esos que ha sido apasionado de algo y poco a poco lo va convirtiendo en algo tan residual que lo va olvidando. Vuelvo a esta tribuna para hablar del Mundial de Qatar, ahora que estamos a las puertas y todo el mundo habla de ello, yo me sumo a la corriente. Pero no lo voy a hacer desde el punto de vita futbolístico, ya que éste me interesa más bien poco, y hay muchos que se llaman periodistas que lo pueden hacer mucho mejor que un servidor. Yo prefiero hacerlo desde el punto de vista social y humanitario.

    Todo lo que rodea al Mundial de Qatar es un sinsentido, un drama y una tragedia. Occidente se ha puesto una venda en los ojos y una pinza en la nariz para aceptar que un país como Qatar, organice un evento de esta magnitud. Intentar blanquear el sistema autoritario qatarí es una vergüenza que todos hemos aceptado por el bien de nuestro ocio. No podemos quedarnos sin mundial, no se nos puede ocurrir pensar en la idea de boicotear algo que llevamos esperando cuatro largos años. La FIFA acaba de decir que la elección de Qatar fue una trampa, las Federaciones callan y otorgan, los jugadores limpian sus conciencias llevando brazaletes de la bandera arcoíris. Y nosotros hacemos apuestas para ver quién ganará el Mundial. Esa es la realidad, no se engañen, no hay nada más. Cerramos los ojos a las injusticias de una manera descarada y poco nos importa lo que ocurre al otro lado del mundo si eso hace que podamos disfrutar de nuestros hobbies. Ya lo decían los romanos con aquello de “pan y circo”. Tenemos un mendrugo de pan que meternos a la boca y sobre todo, tenemos mucho circo. Y mientras haya circo, todo está bien en un mundo lleno de injusticias.

    Pero vamos a hablar de la realidad, de lo que los medios no hablan y de lo que autoridades deportivas ignoran a sabiendas. El Mundial se otorgó a Qatar en 2010, rodeado de una polémica que se ha visto que era real, más que nada porque el Propio Blatter, uno de esos grandes vividores del fútbol, ha salido recientemente diciendo que todo había sido una trama orquestada por las autoridades de Francia con su Presidente Nicolas Sarkozy a la cabeza, las autoridades qataríes y el increíble jugador de fútbol e ínclito presidente de la UEFA, Michele Platini, otro de esos grandes canallas del fútbol. Ese mundial se ha dado injustamente a un país donde hay temperaturas de hasta 50 grados centígrados, donde los trabajadores han tenido jornadas interminables de trabajo y apenas medidas de seguridad o días de descanso. Con amenazas de expulsión del país si no se aceptan las condiciones de trabajo y de vida. Viviendo en condiciones insalubres.

    Según el diario The Guardian, cifra en 6.500 personas el número de muertes directamente ocurridas a los trabajadores que estaban allí realizando todas las obras. Trabajadores de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, Pakistán, gente sin nombre, sin derechos, a los que el resto del mundo cierra las fronteras, gente que no tiene nada y que va a trabajar a un país donde sólo pretenden poder trabajar para poder vivir y dar algo de dinero a sus humildes familias. Pero tranquilos, nunca sabremos la cifra exacta de personas que perdieron la vida durante ese tiempo, dado que Qatar no ha querido ofrecer datos creíbles, ya que apenas reconocen unas pocas muertes provocadas por las duras condiciones laborales. Algo que no solo impide a las familias de los fallecidos conocer la verdad sobre qué les sucedió realmente, sino que además evita que puedan reclamar ninguna reparación por lo sucedido. Una negativa que resulta obscena teniendo en cuenta que es un país con una renta per cápita que supera los cien mil dólares. El dolor de la pérdida, el tener que afrontar una situación económica aún más complicada al no tener ya el sostén económico del que dependía su día a día al haber muerto en las obras su familiar.

    Los derechos humanos son un espejismo en mitad del desierto. A la prohibición de la homosexualidad, se une la recuperación de la pena de muerte, las trabas que se imponen a la libertad de expresión. En el país donde se va a jugar el Mundial si una información se considera "tendenciosa" (es decir, contraria al gobierno), el castigo puede ser de cinco años de cárcel y una multa de hasta 25.000 dólares. Este mismo artículo que estoy escribiendo ahora mismo y que ustedes están leyendo, si lo escribiera en Qatar me supondría ir a la cárcel. Pero sigamos… porque hoy, cuando a muchas ministras se las llena la boca con la igualdad, no veo a ninguna de ellas que hayan ido a esa parte del mundo a condenar la discriminación a la mujer. Que, por cierto, si eres menor de 25 años necesitas permiso de sus tutores para actividades como viajar al extranjero, firmar un contrato, o incluso salir de casa. 

    Y que decir de la homosexualidad, algo totalmente prohibido por ley en el país. La pena por incitar a la “sodomía” o a “acciones inmorales” es de siete años de prisión. En una entrevista muy reciente, el presidente del comité organizador del Mundial, Nasser Al Khater, aseguró que el país daba la bienvenida a las personas homosexuales, pero les recomendó que no mostraran su afecto en público si acudían al torneo. Y hace poco el embajador del Mundial, Khalid Salman, indicaba que la homosexualidad era una desviación y “un daño en la mente”.

    Pues todos estos son los ingredientes de un vergonzoso mundial, donde todo el mundo se rasga las vestiduras, pero nadie hace nada, donde veremos a las máximas autoridades de los países blanqueando un régimen autoritario regido por la religión más bárbara y absurda. Donde los jugadores irán a demostrar su juego sin importarles la condición sexual de muchos de sus compañeros que no pueden decir en alto lo que realmente son por miedo a todo lo que rodea el mundo del fútbol. Y mientras tanto los aficionados nos sentaremos delante del televisor a disfrutar de lo que pasa en el terreno de juego, olvidando todo lo que rodea el negocio del fútbol, del que todos somos parte. Negando lo que ocurre fuera de los estadios. Porque, mientras haya un trozo de pan, lo importante es el circo.