Opinión


25/08/20

Javier Domenech

  1. Buen porte y finos modales

    La portavoz del PP en el Congreso ha sido cesada en su cargo, según dicen propios y extraños, por ser excesivamente agresiva en sus intervenciones parlamentarias, cuando se enfrentaba  a la oposición, con la arrogancia de una oratoria brillante y mordaz, a la que se atribuye una actitud de imposible consenso.

    Todos los parlamentos tienen oradores brillantes y mordaces. Los grandes políticos no recurren en sus intervenciones  al insulto o la descalificación personal del adversario, sino que esgrimen con firmeza las posiciones propias y atacan, sin clemencia, las debilidades del contrario.

    En todos los grupos políticos, el portavoz suele asumir el papel del poli malo que arrincona al adversario sin piedad. En el Congreso de los Diputados español, como es bien sabido, domina la elegancia y la cortesía en los debates. Así lo entendió desde los primeros años, Alfonso Guerra quien calificaba al presidente del Gobierno como “tahúr del Mississippi” y siguió con las intervenciones de otros ya casi olvidados como Rubalcaba, de la Vega, Zaplana o Hernando. Hoy, hemos alcanzado la cumbre con la actual Adriana Lastra, ejemplo de moderación y bagaje cultural, de Rufián haciendo honor a su apellido o de Echenique, incapaz de sostener un debate sin descalificar a nadie.

    Precisamente ahora, cuando domina entre los portavoces de todos los grupos políticos la utilización del insulto, la descalificación del Jefe de Estado, la exaltación independentista y las cesiones constantes hacia quienes pretenden las disgregación nacional, en el PP se buscan la templanza y los finos modales. Ya no vale ni “dar caña”, ni posturas firmes  en las convicciones, sino que hay que buscar al personaje amable, sonriente, dispuesto al dialogo en cualquier circunstancia, incluso cuando la descalificación personal o la defensa de otras posturas suponga una clara ofensa hacia las propias creencias. Convencidos de que la moderación amansa a las fieras, y que es mejor no provocarlas, el PP vuelve a apartar a cualquiera que pretenda llamar a las cosas por su nombre: comunistas a quienes no lo ocultan, separatistas a quienes así se proclaman, corruptos a quienes tienen tras si la falsedad y la ocultación financiera. Si te llaman fascista no hay que saltar evidenciando los comportamientos totalitarios de quienes pretenden imponer su ideología sobre falsedades. Si defiendes una ideología, debe templarse el discurso con bellas palabras que eviten el enojo de la bancada contraria. Así se muestra un talante que no exige la fuerza, sino la flexibilidad ante quienes solo entienden la política como la imposición de su ideología sin matices o ceden el poder con alianzas a las que durante largo tiempo despreciaron.

    Así que ya lo saben. Desde ahora, en el Parlamento, al menos un sector del mismo, perderá cualquier credibilidad  todo aquel que pretenda morder o asestar cualquier golpe bajo al adversario, como si nos encontrásemos en un combate de boxeo. En vez de un lugar para defender las ideas, proponer leyes y enfrentarse a las ajenas, incluso cuando estas agredan las convicciones más firmes esgrimidas con anterioridad. Porque, sin duda, quienes votan al PP buscan, por encima de todo, la templanza borreguil de sus elegidos, la sumisión al adversario que les insulta y que sus representantes sean buenos chicos, lo suficientemente educados para caer bien a cualquier indocumentado de la oposición, gran parte de ellos sin oficio ni más beneficio que su desparpajo lenguaraz, a quien no se le puede contradecir sino es con buenas formas. Porque, en definitiva, ¿quién sabe, si el futuro exija nuevos compañeros de cama?.

    Se acabó la historia del poli-bueno del poli-malo. En adelante, todos educaditos, que buen porte y finos modales son las formas para abrir las puertas principales, en este caso, por encima de todo, al poder.