Opinión


07/02/21

Guillermo Pérez-Cosío

  1. Cuando Occidente despierte... ya no habrá democracia

    "Cuando China despierte … el mundo temblará" es el título de un libro que fue un gran éxito de ventas en 1973, escrito por Alain Peyrefitte (1925-1999), un político francés que formó parte de todos los gobiernos del país vecino, desde el liderado por el general Charles de Gaulle en 1962 hasta el de Valéry Giscard d'Estaing en 1977, el primer presidente de la República gala abiertamente masón y que hace apenas un par de meses falleció víctima precisamente del virus chino.

    En realidad, el título del libro no era nada original. Doscientos años antes la frase había sido pronunciada de manera rotunda por Napoleón (sin los puntos suspensivos que aparecen en el libro de Peyrefitte) dando muestras una vez más de su enorme perspicacia en el terreno de la geopolítica.

    Sin embargo, la soberbia tecnológica y política de los "multiculturalistas" países que conforman hoy día Occidente, aún no ha sido capaz de valorar los problemas que acompañan a que la predicción del emperador francés se haya convertido ya en una realidad innegable e irreversible: China ha despertado y ahora al mundo solo parece que le reste empezar a temblar. Hay que saber porqué.

    El gigante de casi 1400 millones de habitantes viene irrumpiendo en la economía mundial desde finales de los años 90 del pasado siglo con una fuerza y una potencia descomunales. La consigna de los chinos es trabajo, trabajo, trabajo … y más trabajo. Sus empresas están en producción 24 horas al día. Los trabajadores hacen una media de 12 horas diarias y, si resulta necesario, más. Exportan e importan a lo grande. Negocian en todas partes. Invierten en China y en cualquier país del planeta sin parecer importarles demasiado ni la localización ni el continente. 

    Su diplomacia ya ha empezado a marcar la agenda política internacional, como ha ocurrido recientemente en el foro de Davos organizado por el Fondo Económico Mundial y donde el presidente chino Xi Jinping ha advertido que, tras la pandemia, "el mundo no va a volver ser como era".

    Sin embargo, en Occidente hemos aprendido que lo supremo no es obrar, sino "poder mandar". Y, aunque los chinos parece que ya cumplen plenamente las condiciones para hacerlo, es necesario recordar que sólo existe una forma de mandar que hace de la obediencia un hábito libre, orgulloso y distinguido. Desde los albores de la cultura greco-romana se le denomina democracia, una de cuyas mejores y mas sencillas definiciones es la de "un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo".

    Por ello debería empezar a preocuparnos que si en 1964, en plena Guerra Fría, en EE.UU. un 28% de los americanos ignoraban que China estuviese dirigida por un gobierno comunista, las cosas no parecen haber avanzado mucho desde entonces. 

    Da la impresión de que gran parte de la población, e incluso la mayoría de los medios de comunicación, desconocen que China es un país socialista bajo una dictadura liderada por el Partido Comunista Chino y donde está prohibido cualquier organización o individuo que pretenda cambiar el sistema político socialista. Como consecuencia de ello, China ha reprimido por la fuerza varios intentos de democratización y de otorgamiento de libertades civiles básicas a sus ciudadanos. 

    Además de su estructura política dictatorial, no ha ratificado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas (1966), ni los dos protocolos adicionales a dicho Pacto sobre eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer y los trabajadores migratorios y sus familiares. Tampoco el protocolo de la Convención contra la Tortura, ni Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad, o cuatro de los ocho Convenios fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo: el Convenio sobre la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación (1948), el Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva (1949), el Convenio sobre el trabajo forzoso (1930) y el Convenio sobre la abolición del trabajo forzoso (1997).

    El exjefe de inteligencia de Estados Unidos, John Ratcliffe, calificó hace poco más de un mes a China como"la mayor amenaza para la democracia y la libertad en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial".

    El mundo, efectivamente, tiene motivos más que sobrados para temblar por su democracia. Esperemos que cuando Occidente despierte no sea ya demasiado tarde.