Opinión
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Los días de vino y rosas de Carmen Forcadell
La señora Fornell, como en un maldito vídeo, guarda en su memoria lo ocurrido en otoño de 2017. Entonces, desde la presidencia de las Cortes Catalanas tras desoír las repetidas advertencias de todos los letrados, protagonizó la crónica de la historia fundamental del proceso que debe afrontar. Ella, como presidente del Parlamento, formulaba el orden del día y moderaba los debates. Ella iniciaba las votaciones y cerraba las sesiones. Ella desoyó las reiteradas advertencias de ilegalidad de los letrados del parlamento que presidía y las notificaciones del Tribunal Constitucional. Y ella permitió, con la ausencia de media cámara , abrir la puerta para la proclamación de la República independiente de Cataluña.
Hoy afirma que todo fue un simple hecho simbólico. Ante el Tribunal Supremo que la juzga, dice que se siente engañada y con rostro desconsolado medita adonde le ha conducido su pasado esplendor. Amarrada a una carpeta, con apuntes que ya son solo recuerdos, rememora los días pasados, su época de gloria, cuando todo parecía posible, cuando iba a pasar a los libros de historia, venerada por sus partidarios y bendecida por el independentismo.
Un año después, tras meses de encarcelamiento y mientras escucha los testimonios de los testigos y los cargos de los fiscales sobre su protagonismo, recuerda los días de vino y rosas del pasado. Entonces todo parecía fácil y posible. Lo votado con su autorización fue ratificado y proclamado con solemnidad en su presencia: “Nosotros representantes democráticos del pueblo de Cataluña, en el libre ejercicio del derecho de autodeterminación y de acuerdo con el mandato recibido de la ciudadanía, constituimos la República catalana como estado independiente y soberano, de derecho democrático y social”.
El futuro parecía bendecir su protagonismo institucional, pero hoy solo no son los Mossos de Escuadra quienes abren la puerta de su celda, ni al ser conducida en un vehículo celular en lugar del coche oficial en sus desplazamientos. Y quizás deba acostumbrarse a que siga ocurriendo lo mismo durante algunos años.
Carmen Forcadell, hija de un humilde camionero, filóloga, colaboradora en televisión, organizadora de las marchas a favor la independencia y primera mujer presidente de las Cortes Catalanas, evitó la prisión incondicional gracias al pago de 150.000 euros, perfectamente asumibles para quien cobraba por su cargo 11.349 euros mensuales del erario público. Bastante más para quien ejercía como profesora de lengua catalana en tiempos pasados. Ahora esta deprimida y quizás, incluso arrepentida. Su papel, según dice, fue limitarse a cumplir el mandato popular aunque ignorase la oposición y negara la palabra a la mitad de un parlamento que también representaba al pueblo catalán. Si pudiera regresar al pasado, seguro que Carmen Forcadell reconsideraría su actuación. En política se puede llegar a ser héroe, pero no se aprecia esa madera en el ánimo de la, en su día Excelentísima Señora, que puede afrontar una condena de 15 años de encarcelamiento.
Ahora, cabizbaja, intenta dar una nueva interpretación a sus actos, se ampara en el simbolismo , se olvida de la realidad de lo acontecido rodeada del fervor de sus partidarios y pretende dar una nueva interpretación a lo ocurrido tras una aciaga votación cuando presidía el Parlamento.
Todo por haber creído que su papel fue un simple acto simbólico.