Opinión


26/10/24

Enrique Álvarez

  1. Cuando las mujeres gobernaban el mundo

    Es una pena que las novelas estén hoy día tan desprestigiadas, y conste que no lo digo porque quienes todavía nos dedicamos a escribirlas nos hayamos quedado prácticamente sin lectores. Lo digo porque las novelas, las buenas, enseñaban muchísimo sobre la vida. Claro que me estoy refiriendo a las novelas de antes, y en concreto a las del XIX, el gran siglo de la novela, como es bien sabido. Hay novelas gloriosas antes de ese siglo y también en el siguiente, pero lo que da su valor supremo a las decimonónicas es el poder del realismo (un realismo intenso y extenso a la vez), que sólo ostentaron los escritores de esa nómina que empieza con Stendhal y concluye con Henry James o, estirando un poco la cuerda, con el Thomas Mann de su primera época. Cuando uno lee sus libros, no se admira tanto de lo bien escritos que están, ni de lo muy originales que son, como de la verdad que encierran sobre las vidas humanas, una verdad directísima, indubitable y apabullante.

    Hay pocos escritores españoles, quizá sólo dos, que pueden figurar en los lugares más altos de esa nómina, y el primero de todos es Benito Pérez Galdós. Qué lejos queda ya la celebración de su centenario (el pandémico año 2020) en que tanto se peroró sobre él. Creo que ese centenario, como era de prever, sólo sirvió a la postre, ya que no para olvidarlo luego, sí para sepultarlo definitivamente en el orco de la historia. Pero algunos seguimos leyendo a Galdós, y descubriendo en él cosas, realidades, que nos admiran y, sobre todo, que nos desmienten juicios muy establecidos pero rotundamente falsos. Por ejemplo, ese de que las mujeres apenas tenían protagonismo en el siglo XIX. 

    Lean (o relea quien no lo haya hecho) “Fortunata y Jacinta”, por citar sólo la más famosa de sus novelas, y comprobará cuán superior era el papel, la importancia y el valor de la mujer sobre el hombre. Y no se diga que ésa es precisamente una novela muy de mujeres y que en otras muchas no cabe apreciar lo mismo, o que ése era sólo el caso de la sociedad madrileña de la Restauración. No hay duda de que Galdós retrata igual de bien a los personajes masculinos que a los femeninos, pero éstos, Fortunata, Jacinta, Barbarita, Guillermina, doña Lupe, Isabel Cordero, Mauricia la Dura, son las que mandan, las que mueven los hilos, las que dan fuelle a la historia. Los hombres sólo figuran. Por muy patriarcal que fuera la sociedad de su tiempo, por mucho que el hombre fuera el jefe de la familia, el que trabajaba y ganaba dinero y el que ostentaba la primacía en lo público, en realidad el alma, la fuerza vital activa, le correspondía a la mujer, que tenía normalmente mucho más espíritu y mucha más penetración en el vivir colectivo. 

    Y no es sólo aquello de que “la mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo”, que escribió un poeta norteamericano en 1865. La mujer fue siempre mucho más que madre y educadora. Fue inspiradora, instigadora, inductora, autora intelectual de una gran parte del hacer del hombre, es decir, de la especie humana.

    La ideología feminista no quiere ver esto. Para ella la mujer ha estado siempre anulada, o al menos reducida a comparsa. Qué exageración. Hace falta dejarse de esquematismos e ir a la vida real tal como fue. Y no fue así, nunca fue así, como dice la ideología, ni en el XIX ni en el XVIII ni quizá jamás en todos los tiempos a los que podamos acceder a través de las grandes obras literarias. Porque una cosa fue el patriarcado, innegable, el hecho de que la sociedad se hallara organizada para que el varón tuviese la primacía formal, y otra bien distinta es que las mujeres se hallasen limitadas al papel secundario de esposas y madres. De secundarias, nada. Estoy hablando de Galdós, pero podría hacerlo de Pereda y de Clarín, y de Dickens y Balzac, y muchos otros, con el mismo resultado. Y qué decir de Cervantes. ¿No hay estudios sobre la importancia enorme de las mujeres en toda la obra del autor del Quijote? Y la gran pregunta que cabe hacerse es si en nuestra época sigue siendo lo mismo, si ahora que las mujeres se han hecho iguales que los hombres en la vanidad del figurar (el empoderamiento), ellas siguen estando por encima en el ejercicio del poder real. Contéstelo quien lo tenga claro.

    Benditas novelas aquellas que nos enseñaron cómo era la vida de verdad en tiempos pasados, sin la deformación o el falseamiento introducido por las ideologías del presente.