Opinión
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Menéndez Pelayo, sólo un nombre
Como ya nadie escribe cartas, ni es probable que en el cielo funcione la electrónica ni la inteligencia artificial, me permitirá Vd., Sr. Menéndez Pelayo, que le dirija estas palabras a través del único medio que tengo a mi disposición, este buen periódico de su querida tierra montañesa.
Lo que quiero decirle tampoco es nada del otro mundo ni viene a cuento de ningún suceso en particular. Son sólo desahogos míos, comentarios sobre noticias, pequeñas noticias, que nos abruman a los pobres desgraciados de este siglo XXI que aún creemos en las mismas cosas en las que usted creyó. Hablo de noticias negativas, y aunque se supone que éstas nunca pueden llegar a los bienaventurados, o al menos a turbar su paz celeste, yo estoy seguro de que, siendo usted quien fue durante su existencia terrenal, no dejará de seguir interesándose por los aconteceres de su entrañable patria y, menos aún, dejará de seguir leyendo con pasión cualquier libro o papel, viejo o nuevo, que se le ponga a tiro.
Sólo voy a referirme a lo más reciente, los sucesos de estas últimas temporadas, porque los avatares anteriores, desde que Vd. partió de este mundo, darían para un tercer tomo de la Historia de los Heterodoxos Españoles, y tan extenso que nadie en su cabal juicio se atrevería a abordar.
Don Marcelino, resígnese. La nación española no tiene arreglo. No es que la heterodoxia, eso que Vd. consideraba la excepción en la historia de nuestra patria, se haya convertido en regla (y la ortodoxia, por el contrario, en la excepción, en lo anómalo), sino que quienes nos gobiernan -y quienes esperan gobernarnos tras las próximas elecciones- han oscurecido tanto España a fuerza de tergiversar su historia y de asumir las visiones de nuestros más eficaces enemigos, que la nación ya no se conoce a sí misma, de manera que unas veces se ve como plurinación y otras, tanto da, como nación nacida en Cádiz hacia1812 o en Madrid hacia 1978, de la mano de una Constitución de plastilina o de coladero.
Pero dejemos la política, don Marcelino, que ya sé que nunca le gustó mucho, y además, que no hay que esperar nada de ella, o mejor, hay que esperarlo todo, todos los males, porque hoy la política se mete por doquier, lo pervierte todo, mucho más vorazmente que en sus tiempos. Y no es que la política esté matando España, o que la haya matado ya, no, tan sólo la ha cambiado, la ha trocado, con apoyo de sus mismos hijos, de los ciudadanos, y de sus reyes, y hasta de algunos obispos. Todos, o la inmensa mayoría, están de acuerdo en que el país va hoy por buen camino, por mejor camino del que fuimos nunca, convencidos de que el único mal que tenemos estos días se llama Pedro Sánchez, y tan pronto caiga, España será ya toda de color rosa. Pobrecitos. Ahí tiene Vd. a nuestro Borbón actual (y lo cuento esto porque a Vd. no le gustó ninguno) felicitando la Navidad a los españoles no con un vulgar motivo betlemita sino con unos versos de Francisco Brines, el poeta moderno valenciano más contrario al cristianismo que se conoce.
Ay, don Marcelino, que ya no hay pájaros hogaño en los nidos de antaño. No hay vuelta de hoja en el libro de la historia de España. Sin duda, la mayoría de los ilustrados españoles del siglo XXI que prefieren a un Brines antes que a Lope de Vega o a Quevedo es abrumadora. Como abrumador es el número de cuantos han proscrito el áureo clasicismo español y sepultado para siempre bajo siete llaves nuestro glorioso renacimiento y nuestro gloriosísimo barroco. Por rancios son tenidos, por gente ultramontana y de mal gusto, quienes defienden eso mismo o meramente lo añoran. Eso mismo por lo que usted entregó su vida.
Y qué decir de su patria chica, de esta Cantabria que, no por no haberla llamado nunca así, dejó de amar más que nadie. Su nombre, Sr. Menéndez Pelayo, conserva enorme presencia en Santander: un colegio, una calle principal, una gran biblioteca sin par, una universidad internacional celebérrima, una asociación cultural distinguida, una casa-museo solemne. Pero, ay, señor mío, he dicho “su nombre” y es sólo eso, el nombre. La casa-museo lleva cerrada un montón de años. La gran biblioteca (la que fue suya) se encuentra también cerrada al público y en tal estado de deterioro (libros y edificio) que ya son pocos los que no la dan por desahuciada. La universidad internacional programa cientos de actividades en los veranos, pero si hay alguna que tenga que algo ver con su ideario y con sus valores será sólo por pura equivocación. Parecido caso el de esa asociación y el del Ayuntamiento que la patrocina: ¿qué hacen una y otro por que nuestros ciudadanos, en especial los jóvenes, conozcan y aprecien el legado moral y cultural del más preclaro hijo que Santander tuvo en todos los tiempos?
Solo un nombre, don Marcelino. Mira por dónde al final llevaban razón los nominalistas. Menéndez Pelayo es sólo un nombre.
Ah, y una bella tumba en la Catedral.