Opinión
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Cervantes responde a Amenábar
¡Válgame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre o bien plebeyo, este recado, creyendo hallar en él venganzas y vituperios del autor de “El cautivo”, de ese titiritero moderno que dicen que se engendró en Madrid y nació en Chile! Pues en verdad que no te he de dar ese contento, que, aunque los agravios despiertan la cólera hasta en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo pusiera de asno, de mentecato, de atrevido, pero no me pasa por el pensamiento; castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya.
Lo que no he podido dejar de sentir es que me pinte de puto, no más que por mi talante amigable, o por la gracia que el cielo me dio para granjear benevolencias masculinas en trances difíciles; como si hubiera estado en mi mano manca haber previsto que en siglos venideros tal gracia y talante serían tenidos por indicio de nefanda molicie. O bien como si nunca hubiera escrito yo mil y una líneas en manifestación de mi gusto natural y de mi amor a las mancebas.
Por cierto que no ensombrecerá mi gloria que un futuro continuador de Maese Pedro, aquel famoso titerero con su mono adivino, me atribuya otros pecados que los propios y confesados ante el Juez que todos los perdona, aun esos otros que digo, siempre que la humildad contrita sepa ablandar el corazón de quien es fuente de toda misericordia. Pero, si por ventura, tú, desocupado lector, te topares con este nuevo Maese Pedro venido a más (o Ginesillo de Pasamonte como en realidad se llamaba), dile de mi parte que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro, o fabricar un teatrillo de luz y sombras (que ahora llaman película), con que gane tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama, y para confirmación de esto, quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento:
Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema del mundo, y fue que hizo un cañuto de caña puntiaguda en el fin, y en cogiendo algún perro en la calle, con el un pie le cogía el suyo, y el otro lo alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándolo, lo ponía redondo como una pelota; y en teniéndolo de este suerte, le daba dos palmaditas en la barriga y le soltaba, diciendo a los circunstantes: “¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?” ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer una película?
Dile también que de la ganancia que tenga con la suya, no se me da un ardite, pues que de las dos envidias que hay, yo no conozco sino la sana, la noble y bienintencionada. Pero adviértele en particular que tenga buen cuidado en no presentarse con su teatrillo de títeres ante el caballero don Quijote de La Mancha, el famoso desfacedor de tuertos, cuya historia nos sacó a la luz Cide Hamete Benengeli. Adviértele de que este caballero andante no repara en apariencias y no consiente agravios a doncellas ni a viudas ni a soldados viejos y pobres como yo, y con la fuerza de su invencible brazo dará con todo su teatrillo por el suelo, hechas pedazos y desmenuzadas todas sus figuras y jarcias, como lo hizo en una venta no lejos de la Cueva de Montesinos con el retablo mentiroso de Maese Pedro.
Y plega a Dios que aparezcan otros caballeros como aquel ilustre y veraz don Álvaro Tarfe, que fue a tropezarse con don Quijote en una de sus últimas aventuras, el cual caballero le hará declaración jurídica, como la hizo contra el falso historiador Fernández de Avellaneda, de que el Miguel de Cervantes y Saavedra que él conociera en persona nada tiene que ver con el personaje contrahecho, cautivo en tierra de moros, cuya historia mezcla unas pocas verdades con mil y una patrañas.
Y dirasle, por último, a este titiritero de luz y sombras, así como a otros muchos que a buen seguro no tardarán en venir tras él, en busca de tanta fama como dineros, les dirás en el mejor modo que pudieres: “Tate, tate, folloncicos!/ De ninguno sea tocada,/ porque esta empresa, buen rey/para mí estaba guardada”/ Quiero decir, guardada para el historiador veraz y escrupuloso, porque no es de bien nacidos escardar vidas ajenas para darles manchas fingidas, aunque se trata de manchas que no lo son, sino lo contrario, en el sentir de los mismos que las ostentan.