Opinión
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El final del laberinto español
Puede que el pasado 23 de julio haya sido el día en que España dejó de atormentarse a sí misma; el día en que cesaron sus guerras interiores; el día crítico (o decretorio como decía los antiguos médicos), en que su enfermedad comenzó a resolverse, para bien o para mal.
No caben ya las dudas. Las defensas de la nación no han podido finalmente con sus atacantes. En vano se afirma que el Partido Popular ha ganado las elecciones. No las ha ganado, porque su rival no era el Partido Socialista sino todos los demás partidos juntos (dejemos a un lado, por irrelevante, a Vox).
No caben las dudas ni las vanas ilusiones. Es comprensible que los tertulianos, los columnistas y las empresas de comunicación en general intenten seguir en la brecha, seguir vendiéndonos una nueva temporada de la serie “Sánchez contra España” (o viceversa). Esa nueva temporada va a ser aburrida hasta lo insufrible. Sánchez no se va a rendir precisamente ahora, no se va a poner intransigente con los independentistas justo cuando acaba de comprobar que sus cesiones a los mismos han sido legitimadas en las urnas. No habrá ningún ablandamiento, ni una sola deserción de diputados socialistas. No habrá sorpresas, no habrá bloqueo ni por tanto repetición electoral. Por nada del mundo vascos y catalanes separatistas dejarán escapar esta oportunidad de conseguir todo aquello por lo que llevan luchando sin descanso desde 1978. Y si para ello han de ser más prudentes de lo normal en esta hora, lo serán. Es un pacto de sangre.
Las emisoras de radio y los periódicos afines al PP van a seguir tronando contra Pedro Sánchez, pero será un empeño patético. No les servirá ni siquiera de desahogo, a ellos o a su público. Si con todo cuanto llevan denunciado en estos cuatro años, las felonías mil veces puestas en evidencia del personaje, el resultado del 23-J ha sido el que ha sido, ¿qué novedades nos cabe esperar en el periodo que ahora empieza? ¿Qué nueva acusación podrá esgrimirse contra él que sirva para algo? Nunca como ahora mismo, cuatro años, los venideros, han podido parecer un periodo de tiempo tan enorme. Sánchez, se dice, es amoral, miente como respira, pero la mentira es un arte que domina a la perfección. Y la mentira, en nuestro siglo, es creativa, muy creativa. El gobierno que viene convertirá a España en una entidad plurinacional y confederal, abierta a nuevas rupturas y escisiones de todo tipo. Pero Sánchez y sus socios sabrán hacerlo. Es decir, teniendo el Tribunal Constitucional a su merced, sabrán vendérselo a los votantes como un avance hacia el progreso, la pluralidad y hacia una democracia siempre mejorada.
La única duda, puede que el único aliciente de esta serie, es saber si sobrevivirá la monarquía, porque abolirla sí que exigiría reforma constitucional, pero, siendo honestos, ¿importa mucho que una monarquía que no haga nada, que no puede de hecho hacer nada para evitar lo que viene, se mantenga?
Cuatro años van a dar de sí como nunca. El cuerpo electoral español va a cambiar lo suficiente como para ser posibles cosas que jamás lo hubiera parecido. Se han analizado por activa y pasiva las causas de la derrota de la derecha, pero creo no haber visto todavía una alusión a un hecho que tiene su importancia. Hay muchos votantes nuevos respecto a 2019. Esos votantes nuevos son jóvenes e inmigrantes, que, por cierto, serán muchos más en 2027. Y todo el mundo sabe a quién no votan ni locos la inmensa mayoría de los jóvenes e inmigrantes.
Tendremos que acostumbrarnos a una Península Ibérica -como escribí en un artículo en 1992- cuyo estado soberano más extenso sea la República Portuguesa. Pero, para muchos de nosotros, habrá cosas peores que eso. Veremos progresar el derrumbe, uno a uno, de todos los valores tradicionales de España y Occidente, sustituidos sin remisión por palabras mágicas e incontestables, por ídolos (“idola fori”) como igualdad, diversidad, orgullo, antiespecismo… Veremos crecer e institucionalizarse en todo el país la cancelación completa del catolicismo. Veremos desaparecer de los libros escolares de historia toda mención al pasado real de esta nación, Hispania, que empieza en el siglo de Séneca y de Trajano.
No, no llegaremos a algo tan terrible, me replican algunos amigos católicos. Tiene que suceder algo que lo impida. Sin duda, para ellos es cuestión de fe. De fe en un hecho extraordinario que venga a salvar a España. Pero, ¿cuál podría ser ese hecho? No se atisba por ningún lado. Los milagros no suceden en política. ¿Fueron un milagro los Reyes Católicos? Sólo un mal, una catástrofe económica que nadie desea y que tampoco parece a día de hoy tan inminente, haría cambiar el régimen.
Desde el día 23 de julio de 2023 este país puede descansar ya en paz, ha empezado a salir de su laberinto. Una de las dos Españas ha derrotado a la otra para siempre.
Ah, por cierto. El Ibex 35 no se ha desplomado precisamente el día después...