Opinión
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La ira que vendrá
Se inicia un nuevo curso político y, por más que se oigan tambores de crisis e incluso músicas celestiales que nos anuncian el inminente final de la legislatura, haríamos bien en no dejarnos engañar. Es comprensible que los comunicadores y comentaristas profesionales traten de vender la noticia de una novedad, la esperanza de un cambio, pero la realidad de la política española de hoy es que se encuentra petrificada. Quiero decir que a este Pedro aún le falta mucho para desmoronarse. Tal vez él mismo desearía ceder ya, descansar de este acoso y convocar elecciones, pero lo terrible es que no puede, que no le van a dejar hacerlo. El Sanchezato no ha acabado. Le queda todavía un rato largo.
Cuando el año pasado salió lo que salió de las elecciones generales y cuando vimos venir la que nos venía encima, la que ha venido por sus pasos contados, muchos creyeron que la nación no lo resistiría, que la oposición del pueblo daría al fin un estallido. Hubo en el otoño unas cuantas manifestaciones masivas contra este Pedro y sus pactos nefandos con el arco separatista, pero naturalmente no sirvieron para nada, o sirvieron para afianzarlo, para persuadirlo de que ni las multitudes vociferantes ni los escribidores de la derecha, por mucho que aprieten y ladren, lograrán descabalgarlo. Los meses han ido pasando y, en efecto, don Sánchez cabalga, y cabalga cada vez más. Cada vez perpetra nuevas fechorías, y aquí no pasa nada. Los columnistas se agitan, dan por hecho que esto de la entrega fiscal a Cataluña será lo que al fin socave la fidelidad perruna de los psoecialistas, o que esto de prescindir de Junts para hacer presidente al lúgubre Illa dará al traste con la legislatura al perder el apoyo de los famosos siete escaños puigdemoniacos. ¡Naranjas de Marruecos! Ni los separatistas se cargarán nunca a su gallina de los huevos de oro (léase Pedro Sánchez) ni los diputados sociatas del Congreso, ni uno solo, votarán jamás contra una propuesta de su amado amo. El presidente encontrará manera de camelarlos poco a poco; tiempo tiene. Igual que encontrará manera de seguir camelando a esa parte de la opinión pública española que lo sostiene en las urnas; medios tiene, de sobra.
¿De modo que no hay nada que hacer? ¿Ni siquiera hay nada que hacer ahora que vemos cómo en casi toda Europa las corrientes que representa el PSOE en España, el globalismo, el derrumbe de fronteras y la ideología Woke-LGTBI (la eliminación de todo la antropología cristiana) empiezan a verse barridas? Ni siquiera. De la mano de Sánchez, con Otegui, Rufián, Yolanda Díez y Ana Pontón Mondelo, España (la España progresista) resistirá. Aquí la ultraderecha ha pinchado y seguirá pinchando en hueso. Los opinadores más sesudos y los historiadores más conspicuos no lo creen así, niegan que España sea distinta al resto de las naciones de su entorno, y tienen claro que esas corrientes reaccionarias acabarán triunfando aquí también, aunque sea poco a poco.
Se van a llevar un desengaño. La clave está en la economía. Mientras no venga una crisis importante, España (aunque un buen día deje de llamarse así y se llame Confederación Hispana) será un bastión para la democracia, aunque toda Europa caiga en manos de partidos neofascistas. Nadie sabe cuándo llegará esa crisis, pero sí se sabe algo: que esa crisis será gorda, y que será más que una crisis económica. Será una auténtica explosión social, será un tiempo de ira e irracionalidad, y puede que entonces envidiemos a Italia, a Alemania, Holanda, Suecia, tal vez también a Francia e Inglaterra, por la forma civilizada con que están ejerciendo su derecho a la reacción.
Porque el pueblo español, aunque lo parezca, no está muerto del todo. Está simplemente anestesiado por una situación de bienestar muy aparente (pero bienestar al fin y al cabo) y por un conjunto de drogas y engañifas que no le dejan ver bien la catadura moral de quienes nos gobiernan. Pero a ese pueblo español se le está humillando tan a conciencia y se está pisoteando su sentimiento patrio desde hace tanto tiempo, que, cuando empiece a faltar el pan, la gran ira será inevitable. Porque cuando se humilla tanto a una nación como llevan años haciéndolo el PSOE y sus socios, a quien se humilla es a ese pueblo, a sus gentes. Quizá no debiera ser así. Quizá debiéramos meternos la nación por cierta parte, y ser apátridas o ciudadanos del mundo, amigos y aliados de todos los hombres. Pero al final no lo hacemos. Y cuando esto quiebre, cuando ese pueblo empobrecido estalle de verdad, que estallará, no quisiera estar en la piel de los dirigentes que han tenido el poder sobre la nación en todo este periodo. Probablemente, una vez más, acabarán pagando justos por pecadores.