Opinión


17/03/23

Enrique Álvarez

  1. Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen

    Estamos en plena Cuaresma, aunque ni uno solo de los medios de comunicación españoles haya hecho la menor alusión a ello (como sí la hacen, cada vez más, al año nuevo chino o al Ramadán islámico). A la Cuaresma le seguirá muy pronto la Semana Santa, de la cual sí se hablará en todas las televisiones porque proporciona buenas imágenes, además de ser negocio para el turismo. Y el viernes de esa Semana, muchos podrán incluso oír, aunque no acudan a la iglesia, las famosas siete palabras que Jesucristo pronunció en la cruz. Una de ellas, la primera, es la escrita en el título de este artículo.

    Se ha discutido por algunos exégetas si el perdón que Cristo pide al Padre alcanza a todos los responsables de su tormento y muerte o sólo a los soldados romanos que fueron sus verdugos. Hoy, naturalmente, predomina la primera idea, porque parece que rebajaría la grandeza de Cristo el que hubiera vertido su sangre sólo por una parte de los hombres, los buenos, o los que no son malos del todo, los no imputables, los que hacen el mal sin culpa.

    Está claro que aquellos soldados romanos no sabían lo que hacían; cumplían su deber. Y probablemente la chusma, las turbas de judíos que pidieron a Pilato la crucifixión del Nazareno, tampoco lo supieran, porque el ser humano, cuando se convierte en chusma, se descerebra y no suele saber nada de nada. Pero, ¿y los escribas y fariseos, y los sumos sacerdotes que movieron los hilos de aquel proceso? ¿De verdad no sabían a quién mataban y por qué mataban? ¿Perdonó el Padre a Caifás? ¿Lo perdonó incluso sin arrepentirse para que luego, en la otra vida, siguiera acusando al Hijo de blasfemo y reo de muerte? 

    Veamos lo que está pasando hoy en España, en esta España renegada que ya no quiere oír hablar de cuaresmas ni de sacrificios redentores. Nos gobierna un grupo selecto de escribas y fariseos que manejan tan bien a las turbas que, según el último barómetro del CIS, seguirán gobernándonos tras las próximas elecciones generales. Este grupo, esta selección absoluta de mujeres y hombres sin piedad, lleva tres años promoviendo leyes y decretos para que España sea un país sin futuro, sin proyecto ni unidad nacional, sin viabilidad económica y, lo que es más grave, sin niños y sin familias. Este grupo selecto está en camino de borrar la verdad sobre nuestra historia (la de antes de 1814 y la de después); está en camino de prohibir la verdad sobre la condición humana y sobre el valor sagrado de la vida de todo hombre; en camino de imponer la idea de que la vida de un animal vale lo mismo, y en ciertos casos más, que la de un hombre (incluso si es mujer); en camino de promover la mutilación genital de los adolescentes; en camino de anatematizar la figura paterna; en camino de eliminar la diferencia entre una violación y un piropo obsceno; en vías de extraer del código penal las acciones encaminadas a la disgregación del Estado español. Por decirlo resumidamente, este que llaman “Gobierno Frankenstein”, esta fusión perfecta de damas y caballeros frankensteinianos que manda hoy en España, se ha adueñado de nuestros destinos para hacer imposible el libre albedrío de los españoles, para hundir los puentes entre la generación de ayer y la de mañana, y su pretensión es durar en el mando al menos hasta 2031, cuando ya nada importe, cuando el daño ya esté hecho, el camino andado totalmente, y las generaciones venideras desgraciadas para siempre.

    Quienes lean o escuchen ciertos medios de comunicación hostiles al Gobierno, están acostumbrados a un tipo de juicio y denigración del mismo que se resume en una idea: ignorancia, estupidez, necedad. El ministerio de Sánchez es un grupo de tontos y tontas, de ignorantes o incompetentes, o de gente soberbia, pero de una soberbia infantil, producto de la inmadurez. O sea, gente que en el fondo no sabe lo que hace. Gente perdonable, al fin y al cabo. ¿De verdad?

    Evidentemente, no. Cuando un gobierno se equivoca por ignorancia o por torpeza, o por prejuicios, o por errores de principio, si tiene la suerte de no caer pronto, suele rectificar. Y si no rectifica, si no rectifica nunca, como ocurre con el gobierno de Pedro Sánchez, es porque se trata ya no de no gobierno malo sino de un gobierno del mal. Este gobierno es inteligente. Si no lo fuera, ninguna sordera le habría impedido escuchar las críticas y enderezar siquiera en parte su rumbo. Si no lo ha hecho en absoluto, si se ha obstinado tanto en perseverar en sus políticas calamitosas para España, es porque sabe lo que quiere y sabe adónde va. Y nada le arredra. 

    Existen los males y existe el Mal. El Mal con mayúsculas es inteligente. Tiene un diseño y un designio que cada día están más claros. Cristo, en la cruz, pidió el perdón para sus verdugos y tal vez también para las turbas. Pero no lo pidió para el demonio. En los Evangelios es muy fácil descubrir que Cristo tiene piedad de todos, excepto de los demonios y sus cómplices.